lunes, 4 de noviembre de 2024

La fila de Costco

Hace unos días fui comprar una pizza a Costco. Me resultaron muy interesantes las filas que las personas hacían en la fuente de sodas, particularmente la que se desprendía de la máquina de refrescos.

Les cuento, lo que veía no podía entenderlo del todo. Para empezar porque aquella fila era la más larga de las 3 existentes. Las otras dos eran para comprar en la caja, con efectivo; la más corta para comprar con tarjeta.


Describo la máquina en cuestión: compuesta por dos dispensadores de los cuales cada uno tenía un par de 4 jarabes distintos aproximadamente, o sea que había 8 mangueras por dispensador, en total 16.


La gente que hacía la fila más larga se mostraba desesperada, con razón. Cada una de las personas llevaba entre uno y dos vasos para rellenar, no más. Lo cual implica que cada uno usaría uno o máximo dos mangueras para rellenar sus vasos. No exagero al decir que la fila llegaba casi hasta la entrada de la tienda. La gente comenzaba a estar molesta: su comida se enfriaba, ellos refunfuñaban y algunos ya comenzaban a mostrar los dientes.


Yo observaba esto desde mi asiento, una modesta locación entre el tumulto de comensales y gente molesta de la larga fila. Miraba bien cómo cada uno compraba su producto, algunos cazaban asientos para degustar sus alimentos y otros, sin mayor opción aparente, se disponían a formarse en la fila más larga. Salían de una para entrar en otra…


Mi turno había llegado para recoger mis alimentos, fui a por ellos y luego, el momento esperado: me dieron los vasos para coger bebida. No me formé. No solo no lo hice, sino que además invitaba a la gente a deshacer la fila. Era absurdo el formarse para recibir una dosis de azúcar carbonatada.


Me explico, (aunque creo que para este punto es evidente). Si disponíamos de 16 mangueras en total, y cada uno sólo usaría de entre una y dos de ellas. Las otras 14 estarían disponibles para servir a los demás comensales. No había razón para hacer fila siquiera. 


Inmediatamente apelaron al orden, sobretodo los de más atrás. Fue ahí cuando comprendí que esta experiencia era jurídica ¡orden por favor! ¡No se metan! ¡Vamos formados! ¡Hay reglas! Gritaban. Yo seguía insistiendo a quienes me escuchaban a que rompieran la formación y fueran a tomar su bebida directamente. Llamaron al guardia, al encargado, al supervisor, en este punto, ya daba igual.


Seguía alentando a la multitud, había opositores, conservadores de la regla. De este lado, éramos ya una resistencia, optábamos por los principios. Poco faltaba para que vasos y tapas volaran por los aires. Una suerte de guerra: reglas vs principios.


Nosotros tratábamos de optimizar el servicio, los dispensadores de refrescos podían abastecer a más de uno a la vez. Los reglistas se oponían: “reglas son reglas” era su estandarte. El encargado, aún no llegaba. Pero llegó…


Enseguida la gente comenzó a acusarme de revoltoso, procurador del desorden. Anárquico. Revoltoso. Imprudente. Necio. Para ser franco, no estaban tan equivocados. 


Sin embargo, algo pasó que aquellos que me atacaban cambiaron su semblante de inmediato. El supervisor me concedió la razón. Vitoreó mi bando. Hubo aplausos. Algunos gritos; y el clásico: “se los dijimos”. Yo me mantuve en silencio durante el veredicto y la celebración.


Regresé a mi humilde asiento, saboreando el triunfo, con mi pizza fría pero mi vaso lleno.


cacf

@quenosoyabogado

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