Me confieso seguidor del género. El hiphop ha representado en mi vida más de lo que imaginé cuando recién me acerqué al rap a los 8-9 años. Con ello vino el gusto por el grafiti y también el breakdance; hace no mucho tiempo me propuse llegar a mis 3 décadas con al menos un par de movimientos a ras de piso: molinos y tijeras son mi objetivo.
Bien, me acerqué a mis sueños de ser rapero cuando, junto a mi amigo Bruno, el DJ Dubtor, fundamos “La Resistencia” un proyecto de rap protesta antisistema por allá del 2021; debo decir también que no hicimos más que 3-4 presentaciones en vivo y dejamos descansar el dueto y la amistad.
¿Qué tiene que ver esto que acabo de escribir con él rap y el Derecho? Voy a ello: por principio de cuentas hay que aclarar que el rap (hiphop) se manifiesta como una expresión de la cultura oprimida que, a partir de sus letras y su música, protestan y exigen se cierre la brecha de discriminación racial, se reconozcan en igualdad de condiciones: derechos y oportunidades para sus exponentes; y se respete su libre manifestación de ideas (en algunos casos y diferentes latitudes, el peso de la pluma de un rapero les costó la vida).
A lo largo del tiempo, el género ha cambiado y con ello también se han vuelto comunes otras expresiones, desde mi perspectiva, igualmente legítimas que la original. Aquí se trata del ejercicio del derecho a la libertad de expresión.
Luego, en la narrativa que tejen los raperos encontré una dimensión bastante interesante (desde mi posición como argumentador jurídico) referente a los actos dialécticos. En concreto, en el formato de (relativamente) reciente auge como lo son las conocidas como “batallas de gallos”.
En realidad, las batallas de rap son la expresión más popular del diálogo que, aunque recurre en muchas ocasiones a falacias, pretende (en su forma) integrar una conversación/discusión que admita un ganador —también por eso el concepto de batalla— pues se sabe que en la guerra hay un vencedor y un vencido. Hoy por hoy, desde la teoría de la argumentación, no es necesario un ganador sino que se persigue un acuerdo; y este se configura como el mejor argumento.
Aunado a ello, quiero contarles que esta idea surgió concretamente cuando escuché la sesión de Bizzarap y Residente. En ella, aunque no sea un formato de batalla (estilo Redbull) como al que me referí en principio; queda patente el acto mismo que enuncié: dialéctico. Es de dominio público que René Pérez (Residente) rapea dirigiéndose a José Osorio (J Balvin); a través de un juego del lenguaje que a mí personal punto de vista me parece excepcional. Pues no solo responde a lo que José había hecho (las playeras de hotdog, por ejemplo) sino que además persigue justificar su posición como, en sus palabras, el King Kong del rap.
Seguimos, ¿qué es el acto dialéctico? Quizá una de las formas más antiguas de producción del conocimiento, el diálogo ha pervivido desde la era presocrática, la Grecia clásica (piénsese en los Diálogos de Platón, por ejemplo).
Así como en la cultura moderna y contemporánea con expresiones cada vez, desafortunadamente, más triviales: los Diarios de Debates que existen como registro en el Poder Legislativo de la Unión; hasta los formatos que recientemente presenciamos en aras del proceso electoral 2023-2024 en México, ese desafortunado espectáculo que consiste en hacer “discutir” a los candidatos contendientes a un cargo de elección popular. Aunque aclaro que en este último no hay diálogo sino ataque constante e ininterrumpido, siguiendo la premisa de la razón de la fuerza antes que de la fuerza de la razón.
En el rap nacional, la escena está incluyendo cada vez a más personas y lo celebro. Hace muy poco hubo una de estas batallas con formato Redbull entre comediantes (justamente estoy pensando en escribir otro texto al respecto de la comedia y el Derecho. Una primera aproximación se encuentra en el ensayo que escribí aquí titulado El Derecho es un chiste)
Algo más, si me permití contar mi experiencia frente al género es porque la relación que existe con el Derecho se manifiesta en el ejercicio de mi libre desarrollo de personalidad. Por lo que, no tengo reparo en admitir mi deseo por seguir haciendo música rap, escribiendo rimas y quizá algún día compitiendo en una de esas batallas.
Actualmente, conviene reconocer que más que discutir necesitamos dialogar. No simular un diálogo (como ocurre en la mayoría de los “conversatorios” que organiza mi gremio en la Universidad Veracruzana y fuera de esta), no.
Necesitamos aprender a exponer nuestras ideas, reformular nuestros argumentos y con ello nuestras estructuras mentales, reconociendo el error propio y ajeno para permitir la construcción de conocimiento. En una frase, necesitamos primero aprender a hablar y, luego a rapear.
cacf
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