Es curioso, hablo y hablo de Derecho y aún no cuento por qué decidí estudiarlo.
Primero no quería, la verdad. Me rehusaba, me resistía a estudiar lo mismo que había en su momento estudiando mi padre.
Luego, supe que mi abuela paterna es abogada y menos tuve ganas de formar parte del gremio.
Así que primero me decidí por estudiar educación física en la Benemérita Escuela Normal Veracruzana. Una experiencia desastrosa que por fortuna solo duró un año.
De ahí lo que rescato es mi primera aproximación “formal” con el Derecho. A través de tres asignaturas: “Bases filosóficas de la educación básica” a cargo del maestro Juan Jesús López, “Problemas y Políticas de la educación básica” impartida por el maestro José Celis, y “Planes y Programas de la educación básica” en manos del maestro Héctor Pérez. Por ellos, en parte, me decidí por estudiar Derecho. Siempre he dicho que, en conjunto, me mostraron lo que ocurre tras bambalinas de la educación. Gracias.
Hubo una ocasión en que le comenté a mi abuela paterna que estudiaba educación física. Sus palabras las llevo tatuadas: “tienes mucha capacidad como para que vayas a la escuela a aprender a rebotar balones”. Golpeó directamente en mi ego y ese fue un factor fundamental para decantarme por otro estudio distinto al del momento.
Por supuesto que mi abuela desconocía todo el fondo que la educación física propone: integralidad educativa, vida saludable, el juego como método de aprendizaje, etc. pero sus palabras resonaron tanto en mis adentros que, aunque yo reconocía y valoraba los aspectos de fondo que mencioné, no eran suficientemente claros en la dimensión práctica o el ejercicio profesional del educador físico frente a grupo.
Desde que entré a la Normal, tuve problemas con las reglas. Yo usaba el cabello largo, me gustaba vestirme “elegante” para ir a mis clases de educador físico —por la naturaleza de la carrera, era más cómodo, práctico y útil, vestir ropa deportiva; yo la llevaba en una mochila—. Siempre que teníamos jornadas de observación y práctica había problemas con mi aspecto, y me preguntaba si acaso el cómo me veía impactaba en mi manera de dar clases. Por si fuera poco, la razón por la que me dejaba crecer el cabello era porque pasado un tiempo lo donaba a una fundación que realizaba pelucas para personas enfermas de cancer. Jamás entendieron mi posición y aún así yo desobedecía y no me cortaba el cabello, lo amarraba.
Recuerdo también que, por aquellos años (2015) me había interesado mucho por la pedagogía, en realidad a mí siempre me ha gustado trabajar con la infancia, me parecen personas sorprendentes, complejas y sumamente interesantes. Por eso quise probar en la UPAV la carrera de pedagogía, celebro haberme salido de allí en la primera oportunidad que tuve. No por la carrera en sí misma sino por la forma en que daban las clases en aquella “universidad”.
Un último aspecto que colocó la estocada decisiva fue una experiencia que tuve frente a grupo en una secundaria. Era con el turno matutino, terminada la jornada, pregunté qué más se haría y el docente en turno nos dijo: “nada chavos, si quieren podemos ir a dormir a la bodega”. Yo iba a la escuela a estudiar no a dormir.
No me malinterpreten, me fascina la docencia, mi vocación (también en el Derecho) se encuentra ahí. Adoro dar clases, me enseña, me exige seguir estudiando, preparándome para ser mejor en cada clase. Es solo que yo quiero estar frente a grupo y trabajar, no irme a dormir.
Llegó el momento de elegir y me decidí por estudiar Derecho. Lo que sigue, es otra historia…
cacf
@quenosoyabogado
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