Justo acabo de regresar de preparar una taza de café, supongo que fue la manera en que decidí por sentarme de nuevo frente a esta pagina en blanco. Me emociona, aunque no sepa bien qué emoción me invade, quizá es porque son más de una de ellas las que me asaltan, me arrebatan a la anterior y me presentan a la siguiente. Me quitan y me ponen, me ponen y me quitan; tal y como lo hago con cada una de estas palabras (que hacen lo mismo conmigo) y que no son más que el reflejo de mis ideas, de quien soy. Aunque en el fondo no sea nada porque no hay fondo y tampoco necesidad de sentido.
Mientras leo, suelo despojarme de mi yo aún cuando no pueda, o no crea. Pues creo que no creo, no creo en nada. Marco distancia de quien ahora escribe aún cuando, al regresar a leerme, pareciera que nuevamente ya no soy yo al que estoy leyendo y como leo, dejo de ser yo.
Revisé las entradas que había hecho con anterioridad, me detuve en aquella que quiero compartir a la nueva generación de juristas que volverán a compartir conmigo y yo con ellos, lo que no sabemos y lo que creemos saber; lo que nos han hecho creer que debe o puede saberse, así como lo que es inalcanzable a nuestra comprensión humana. Entrada que titulé: el Derecho es práctica y no constructo.
Ahora afirmó que son ambos y ninguno. El Derecho es chiste. Juego. Magia. Palabra. Símbolo. Argumento. Lenguaje. Es lo que somos, lenguaje. Y el lenguaje, por excelencia, cambia.
Acabo de terminar de leer una reflexión sobre una de las frases que atribuimos al llamado filósofo del cambio, Heráclito: “nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”. Por lo que al momento de toparme de frente con lo que se supone era mi voz de hace unos meses, me doy cuenta que aquel que escribió (la entrada seleccionada) no es más que un extraño. Ha cambiado. Yo he cambiado. Así como también han cambiado mis ideas. Ahora más que antes afirmo no sólo el cambio sino la condición cambiante del no ser.
Precisamente porque a los nuevos juristas que me refiero no son lo que serán sino hasta cuándo asuman que dejarán de ser lo que ahora (creen que) son. No porque haya una extraordinaria metamorfosis o algo exclusivo en el proceso de volverse jurista, no. Más bien se apareja al cambio como constante. Al proceso, precisamente el proceso de formación (que no acaba, cambia). A ese proceso que en buena medida se parece al de vivir. Vivir implica cambio. Vivir es vivir el Derecho. Por tanto el Derecho también es cambio. Cambia. Cambiamos. Cambiemos el Derecho.
Me emociona que pronto comenzará un curso al que hemos denominado: club de vivencia jurídica. De nuevo la palabra emoción. De nuevo. Como volviendo a empezar, pero sin partir del principio ¿hay principio? ¿Y fin?
cacf
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