A continuación dejo salir cada una de las ideas que dieron lugar a este ensayo: en primer lugar, parto del fuego; una llama que observé durante una noche de fogata con un grupo de biólogos. Aquella llama no paraba de bailar, se movía al compás de un jazz que sólo ella conocía. Me pareció muy interesante que, aunque yo pudiese afirmar que se trataba de la misma llamarada, la misma fogata, nunca fue la misma; siempre cambiante. Como yo, tú, y cualquiera que me lea. Cambiamos, aparentando ser los mismos. Imposible.
En segundo lugar, este texto surge de la metareflexión que me produjo una lectura: “filosofía en 11 frases” me comí la primera «nadie puede bañarse dos veces en el mismo río» y el resto es esto. Algo que no deja de darme vueltas en la cabeza, como la misma llama, no deja de bailar. No descansa. Como el cambio: incesante, permanente… ahí está el problema. Si acaso permanece el cambio como constante entonces ¿a qué cambia el cambio? Dario (el autor) responde que al no cambio. Entonces, ¿la llama es o no la misma? ¿Y yo? Pues ambos son y no son ¿entonces? Complicado, lo sé. Trato de explicarme, si acaso nosotros, al igual que la llama, estamos condenados al cambio, a ese baile incesante que es la vida; entonces en definitiva no somos siquiera los mismos que iniciamos escribiendo —en mi caso— y leyendo —en el tuyo— este texto. Cambiamos.
Oye, pero estoy aquí, todavía sentado, tecleando cada letra para formar mis palabras, tal y como comencé haciéndolo. Lo sé. También tú que me lees puedes creer lo mismo. Sin embargo, estamos fingiendo.
¿Qué? Así es. Nos hacemos y queremos hacer creer que seguimos siendo nosotros. Es más, muy comúnmente se escuchan frases del tipo: “nunca cambies” “sigues siendo el mismo”, etc. pues no son más que eso, ficciones. Como nosotros. Como nuestro entorno. Como nuestra realidad. Ficciones.
Pienso en este momento en el concepto del tiempo. Una suerte de aritmética lo bastante convincente como para hacernos creer que existe. Visto desde afuera, es absurdo. Tan sólo por decir algo, en el espacio no existe el tiempo. Por tanto, el tiempo no es más que una construcción, una convención, en suma, una ficción.
Vaya… ni yo esperaba eso. Retomo lo que decía, empecé escribiendo algo que se convirtió en otra cosa, cambió. Cambio.
Alguna vez dije que el Teatro es la vida (véase ensayo “¿Qué es el teatro?”). Recuerdo que mientras estaba escribiéndolo me puse a pensar que entonces lo más próximo a la realidad era la ficción; en la medida que esta representaba lo que “afuera” acontecía. Pero, ahora, creo que lo más real es la ficción, que por definición no puede ser real.
A pesar de todo esto, no me creas a mí, es más, no le creas a nadie. Yo no creo en nada (doble negación) y aun así aquí estoy escribiendo acerca de esto. Espero pronto continuar esta reflexión, pues quiero afinar mi percepción. Gracias por leerme.
cacf
No hay comentarios.:
Publicar un comentario