miércoles, 17 de abril de 2024

De un Derecho necio a uno sin permiso

Contrario al acuerdo común. No creo que por los derechos se luche, al menos no en función de la guerra; se lucha todos los días, se conquistan en función de la sociedad, de la argumentación. Se reconocen. 

Durante muchos años la postura imperante en el ámbito jurídico atendió su aspecto formal y normativo. La tradición jurídica era —y penosamente sigue siendo— positivista. Cierto que, surgió como reacción el realismo jurídico. Pero no era más que otro enfoque del positivismo. Esto nos colocó en una situación compleja, inmóvil, inerte.


El resultado de genocidios mundiales trajo consigo una nueva visión del Derecho. Las Reglas cambiaron. Aparecieron los Principios. Los Valores. 


Entonces ¿por qué un Derecho necio? Precisamente porque la atención estaba ubicada en aspectos de forma y no de fondo (contenido). Porque era más importante cumplir con cada uno de los pasos previstos —en la ley— en aras de certeza, antes que en visualizar y justificar el componente axiológico del proyecto e incluso de la misma ley. Por tanto, el Derecho se hizo necio: habría de hacerse lo que la ley dijera sin importar tanto qué estaba diciendo; “la ley es dura pero es la ley”.


Para superar el problema que podría representar afirmar que existe un contenido moral (axiológico) en las leyes; basta decir que cada persona o personas —incluyendo por supuesto a los legisladores— se desenvuelven a partir de un determinado sistema de valores, de muy distinta procedencia: cultural, religioso, político (partidista), social, familiar; en suma, contextual, y en consecuencia temporal y espacial. Por lo que dicho sistema o sistemas de valores cambian constantemente. Pero no desaparecen, ni mucho menos en razón de la supuesta pureza del Derecho; la objetividad propia de la  “ciencia jurídica”. Yendo más allá: cada palabra —asumiendo que somos lenguaje— contiene una carga valorativa; nuestro nombre particular posee en sí mismo un juicio de valor. La memoria se ocupa de determinar dicha carga.


Volviendo al punto titular de este ensayo sostengo que, un Derecho sin permiso es aquel que parte del Postpositivismo o del No Positivismo Incluyente. En el modelo de Estado Constitucional de Derecho (fuerte) no es necesario “pedir permiso” para ejercer un derecho. Se reconoce la ética como piedra angular de la producción, interpretación y aplicación del Derecho: a partir del discurso de Derechos Humanos y sus máximas; el Bloque Constitucional; los Principios y Valores jurídicos contemporáneos.


En consecuencia, el derecho no se exige, sencillamente se reconoce. Se asume y con el paso del tiempo (y la práctica/experiencia) se intuye.


Un Derecho sin permiso es aquel que nos corresponde como sociedad actual, una sociedad que se construyó a partir de sangre y guerras pero también de acuerdos y diálogo. Hoy, por eso, hay que apostar más que nunca a estas últimas herramientas, reconocer el poder de la palabra, del lenguaje. Somos seres del lenguaje. Capaces de convenir y superar nuestros problemas y/o diferencias mediante actos dialécticos; de argumentos o entramados argumentativos: como es el caso del Derecho.

cacf 

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