jueves, 24 de octubre de 2024

No me interesa tener razón

Primero, lo primero. Niego la razón. Al menos en el sentido de creer poseerla. Luego, pienso que la razón es algo que puede interpretarse en términos de conquista, de objetividad, de poder.

Me explico, asumir que se tiene “la razón” niega las (otras) razones.

Porque no puede hablarse de “la razón” si de por medio existe más de una.


Razonar, es una actividad que cada uno de nosotros lleva a cabo a través de ciertos procesos neurológicos y emocionales que nos permiten, entre otras cosas, tomar decisiones, emitir juicios o resolver problemas. 


El factor emocional —entendido aquí como de gustos y disgustos (aunque sin limitarlo a ello) pues también las emociones poseen aspectos neurofisiológicos, comportamentales y racionales— no es discutible.


Por lo menos no cuando alguien dice que algo no le gusta o sí; o que cierto acto u omisión le provocó sentirse: triste, frustrado, angustiado, enojado, alegre, esperanzado, etc. 


Por ejemplo, ¿qué razones tendría que dar yo para sostener mi gusto por el helado de limón o las galletas de chocolate?


Sin embargo, el razonamiento (formas de pensar) claro que está sujeto a juicio; pues con la forma en que se está pensando puede caerse en falacias (formales y materiales). Es decir que el juicio/examen se hace respecto al proceso y no al resultado de la emoción.


De no ser así, podría sostenerse que aquel individuo que afirme le hace sentir bien ejercer violencia en contra de las mujeres, por ejemplo. Tiene razón; es su emoción, lo que le hace sentir y eso no es discutible. Porque es suyo y de nadie más. Es lo que él siente. Absurdo.


Ahora, asumir que tengo razón o que quiero tener razón implica un ejercicio de poder ¿por qué mi razón/razonamiento habría de ser más importante que otro?


Si por ejemplo, a mí me pusieran a cortar caña de azúcar; si me encontrara con la sorpresa de que mi auto que no enciende, no tendría idea de qué lo haya provocado ni sabría cómo resolverlo; yo desconozco cómo agarrar un machete para cortar la caña de azúcar. Sencillamente no cuento (ni me interesa contar) con esos razonamientos. 


Quiero llegar al punto de asumir que la diversidad de razones permite la convivencia pero también la supervivencia, aún (más) en sociedades como las nuestras. 


Creer que tengo razón es también un acto de conquista. Puedo remontarme hasta el comienzo del entrecruce de saberes que trajo consigo Colón. Pero quiero ubicarlo en términos de convencimiento: tratar de convencer a alguien de algo implica vencerlo en su propia forma de pensar. Dicho de otro y mejor modo: la (mejor) razón es el producto del diálogo argumentativo. 


Cierro, hay quienes me han dicho que interrumpo sus discursos —al escribir, a veces siento que quien me lee, es un auditorio pasivo; aunque mi esfuerzo está volcado en provocar una conversación entre mis lectores, su memoria, lenguaje y mi pluma, mi voz—.


Pasa que conversar no puede ser una actividad estática. Debemos abandonar la idea de que primero habla uno y luego el otro. Necesitamos interrumpirnos (cuando es necesario) para aclarar elementos de nuestro conjunto o entramado argumentativo. 


Se discute con quien merece la pena, a quien se admira; no lo hago con necios o fanáticos (religiosos o de la ciencia), si opino (y me equivoco) es porque no tengo “la razón”. Porque soy falible, derrotable, humano. Tengo muchos errores, vicios, problemas y (pre)juicios.


Si discuto contigo no es contra ti. Me encanta discutir las ideas, no (con/a) las personas. Dejo a disposición las herramientas que conozco y de las que me valgo para contribuir a resolver conflictos. Tenga o no tenga razón. No quiero tenerla, quiero equivocarme. Es necesario para seguir aprendiendo.


cacf

@quenosoyabogado

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

La fila de Costco

Hace unos días fui comprar una pizza a Costco. Me resultaron muy interesantes las filas que las personas hacían en la fuente de sodas, parti...