martes, 29 de octubre de 2024

¿Por qué se estudia Derecho?

¡Uy! Ahora sí viene lo chido… diría Luisito Comunica. Bueno ¿por dónde empiezo? Quizá esta vez por el principio ¿por qué se estudia Derecho? Me parece que hay dos niveles de respuesta a esta pregunta.

En el primer nivel, diría que cualquiera puede —y debería— estudiar Derecho, no en un sentido formal sino más bien práctico. Quizá la formulación adecuada sería: que cada quien merece vivir el Derecho que (re)conoce en compañía de una dimensión ética. O mejor, que se tiene que aprender a vivir el Derecho, a reconocerlo y a practicarlo como un estilo de vida ético. 


Las realidades jurídicas se corresponden con el número de personas que hay en el planeta. Lo cual implica un muy buen número de perspectivas de lo jurídico a nivel factual. Siempre me ha parecido interesante cómo visualizan el Derecho las personas que me rodean pues cada uno de nosotros —como ya lo he dicho antes— tiene una visión de los conceptos jurídicos fundamentales, desde los que tanto se habla en la teoría, ciencia y filosofía del Derecho. 


El segundo nivel de respuesta se acompaña de un estudio formal del Derecho, al respecto no me refiero con que se inscriba la persona en alguna Institución de Educación Superior (IES). Sino que se comprometa con estudiar el Derecho de acuerdo a cierta forma de estudio. Un proceso de aprendizaje de lo jurídico respecto de lo no jurídico.


Estudiar Derecho según un proceso no implica, necesariamente, hacerlo con base en los códigos vigentes. Resultaría más interesante vincular el Derecho a las demás empresas sociales: la antropología, la sociología, la filosofía, la historia, la política, etc. Estudiar Derecho resultaría en una experiencia que parta de su misma fuente: la sociedad. 


Para ser más claro, estudiar Derecho va más allá de la sola experiencia que la educación formal (ser miembro, como alumno, de alguna Universidad o IES) nos proporciona. De hecho, en uno de mis libros favoritos: “No estudies Derecho” Garza Onofre reconoce que «hay más abogados que perros en la calle». Pues para estudiar formalmente el Derecho «basta con inscribirse y no morirse». 


El excesivo número de escuelas de Derecho produce la ilusión de que una buena parte de la sociedad cuenta con formación jurídica. Falso. 


Se cree o se presume que para dar clases de Derecho no es más que necesario una pizarra, algunos códigos y/o leyes y sillas para los alumnos; también se cree que el estudiar Derecho está vinculado a una mejoría en la calidad (cantidad) económica de sus estudiantes; entre otros motivos y razones. Tema de otro ensayo. 


Se estudia  Derecho porque muchas veces no se pudo estudiar otra cosa, lo que realmente se quería. Es mi caso, en parte, pues en origen yo quería estudiar teatro; mi padre me dijo que me moriría de hambre y yo respondí que también moriría feliz. Hoy me hace feliz estudiar Derecho.


Se debería estudiar Derecho porque no se puede defender lo que no se conoce. Visto así, se estudiaría porque es nuestro Derecho.


cacf

@quenosoyabogado

lunes, 28 de octubre de 2024

¿Por qué quise estudiar Derecho?

Es curioso, hablo y hablo de Derecho y aún no cuento por qué decidí estudiarlo.

Primero no quería, la verdad. Me rehusaba, me resistía a estudiar lo mismo que había en su momento estudiando mi padre. 


Luego, supe que mi abuela paterna es abogada y menos tuve ganas de formar parte del gremio. 


Así que primero me decidí por estudiar educación física en la Benemérita Escuela Normal Veracruzana. Una experiencia desastrosa que por fortuna solo duró un año.


De ahí lo que rescato es mi primera aproximación “formal” con el Derecho. A través de tres asignaturas: “Bases filosóficas de la educación básica” a cargo del maestro Juan Jesús López, “Problemas y Políticas de la educación básica” impartida por el maestro José Celis, y “Planes y Programas de la educación básica” en manos del maestro Héctor Pérez. Por ellos, en parte, me decidí por estudiar Derecho. Siempre he dicho que, en conjunto, me mostraron lo que ocurre tras bambalinas de la educación. Gracias.


Hubo una ocasión en que le comenté a mi abuela paterna que estudiaba educación física. Sus palabras las llevo tatuadas: “tienes mucha capacidad como para que vayas a la escuela a aprender a rebotar balones”. Golpeó directamente en mi ego y ese fue un factor fundamental para decantarme por otro estudio distinto al del momento. 


Por supuesto que mi abuela desconocía todo el fondo que la educación física propone: integralidad educativa, vida saludable, el juego como método de aprendizaje, etc. pero sus palabras resonaron tanto en mis adentros que, aunque yo reconocía y valoraba los aspectos de fondo que mencioné, no eran suficientemente claros en la dimensión práctica o el ejercicio profesional del educador físico frente a grupo. 


Desde que entré a la Normal, tuve problemas con las reglas. Yo usaba el cabello largo, me gustaba vestirme “elegante” para ir a mis clases de educador físico —por la naturaleza de la carrera, era más cómodo, práctico y útil, vestir ropa deportiva; yo la llevaba en una mochila—. Siempre que teníamos jornadas de observación y práctica había problemas con mi aspecto, y me preguntaba si acaso el cómo me veía impactaba en mi manera de dar clases. Por si fuera poco, la razón por la que me dejaba crecer el cabello era porque pasado un tiempo lo donaba a una fundación que realizaba pelucas para personas enfermas de cancer. Jamás entendieron mi posición y aún así yo desobedecía y no me cortaba el cabello, lo amarraba. 


Recuerdo también que, por aquellos años (2015) me había interesado mucho por la pedagogía, en realidad a mí siempre me ha gustado trabajar con la infancia, me parecen personas sorprendentes, complejas y sumamente interesantes. Por eso quise probar en la UPAV la carrera de pedagogía, celebro haberme salido de allí en la primera oportunidad que tuve. No por la carrera en sí misma sino por la forma en que daban las clases en aquella “universidad”.


Un último aspecto que colocó la estocada decisiva fue una experiencia que tuve frente a grupo en una secundaria. Era con el turno matutino, terminada la jornada, pregunté qué más se haría y el docente en turno nos dijo: “nada chavos, si quieren podemos ir a dormir a la bodega”. Yo iba a la escuela a estudiar no a dormir. 


No me malinterpreten, me fascina la docencia, mi vocación (también en el Derecho) se encuentra ahí. Adoro dar clases, me enseña, me exige seguir estudiando, preparándome para ser mejor en cada clase. Es solo que yo quiero estar frente a grupo y trabajar, no irme a dormir.


Llegó el momento de elegir y me decidí por estudiar Derecho. Lo que sigue, es otra historia…


cacf

@quenosoyabogado

viernes, 25 de octubre de 2024

Perdono y olvido

Asumir el paso del Estado de Derecho Legal (EDL) al Estado de Derecho Constitucional (EDC) significa vivir el Derecho desde la actualidad. Inicialmente, hay que aclarar qué es EDL, para después distinguirlo del EDC. 

En el primer caso, las características principales del modelo de Estado eran: 1) la visión del Derecho parte de la ley, se manejan como sinónimos; además, 2) a la ley se le designaba, indiscutiblemente, como la voluntad de la mayoría y en consecuencia era indiscutible; también se sostenía que a 3) los abogados sólo nos correspondía ser la boca de la ley. 


Ahora bien, para el EDC, las cosas cambian; a manera de contraargumentos, hay que decir sus principales características: 1) los derechos humanos (DH) son la fuente principal del Derecho; 2) se reconoce la existencia de la moral racional: valores, principios y DH; 3) existe un Tribunal Constitucional.


Si las diferencias no son lo suficientemente claras, digo lo siguiente: nuestro Estado actual de Derecho (constitucional, social, democrático) reconoce una visión más amplia del Derecho que la que proponía el EDL. Para empezar, reconoce directamente la vinculación entre Derecho y moral —no los confunde—. Esto es algo que antaño sería impensable, el más aferrado de los abogados (positivistas), dada su formación, jamás habría sostenido tal relación, se mostraron siempre como discursos antitéticos, opuestos entre sí, rivales. 


Las leyes —eje principal del EDL— permitieron una serie de abusos hacia grupos históricamente vulnerados: mujeres; personas indígenas, personas con discapacidad, por mencionar algunos; aunque también han sido vías legitimas de dominio y represión social: el nazismo y el stalinismo, son ejemplos claros de cómo la ley validaba sus expresiones y violencias. 


Con esto quiero resaltar que la ley no es sinónimo del Derecho. Que tampoco estamos ya en garras del EDL sino que hoy vivimos el EDC. Que si bien, la ley ha tenido muchos puntos en contra (que yo mismo he colocado en mi discurso), también ha tenido puntos a favor: constituyó en su origen un límite al poder, promovió la certeza y la seguridad jurídica hacia las personas miembros de un Estado, y colocó la primera piedra para construir la igualdad entre esos mismos miembros frente al Estado y a partir de la propia ley. 


Sin embargo, ha llegado el momento de soltar, abandonar, perdonar y olvidar al Estado de Derecho Legal (EDL) y migrar por completo al Estado de Derecho Constitucional (EDC). No porque sea el mejor o el único que existirá, sino porque es con el que contamos en la actualidad, la cual nosotros, como sociedad, construimos. 


Lo repetiré hasta que cambie mi discurso, el Derecho es un constructo y práctica social. Va más allá de la ley.


cacf

@quenosoyabogado

jueves, 24 de octubre de 2024

No me interesa tener razón

Primero, lo primero. Niego la razón. Al menos en el sentido de creer poseerla. Luego, pienso que la razón es algo que puede interpretarse en términos de conquista, de objetividad, de poder.

Me explico, asumir que se tiene “la razón” niega las (otras) razones.

Porque no puede hablarse de “la razón” si de por medio existe más de una.


Razonar, es una actividad que cada uno de nosotros lleva a cabo a través de ciertos procesos neurológicos y emocionales que nos permiten, entre otras cosas, tomar decisiones, emitir juicios o resolver problemas. 


El factor emocional —entendido aquí como de gustos y disgustos (aunque sin limitarlo a ello) pues también las emociones poseen aspectos neurofisiológicos, comportamentales y racionales— no es discutible.


Por lo menos no cuando alguien dice que algo no le gusta o sí; o que cierto acto u omisión le provocó sentirse: triste, frustrado, angustiado, enojado, alegre, esperanzado, etc. 


Por ejemplo, ¿qué razones tendría que dar yo para sostener mi gusto por el helado de limón o las galletas de chocolate?


Sin embargo, el razonamiento (formas de pensar) claro que está sujeto a juicio; pues con la forma en que se está pensando puede caerse en falacias (formales y materiales). Es decir que el juicio/examen se hace respecto al proceso y no al resultado de la emoción.


De no ser así, podría sostenerse que aquel individuo que afirme le hace sentir bien ejercer violencia en contra de las mujeres, por ejemplo. Tiene razón; es su emoción, lo que le hace sentir y eso no es discutible. Porque es suyo y de nadie más. Es lo que él siente. Absurdo.


Ahora, asumir que tengo razón o que quiero tener razón implica un ejercicio de poder ¿por qué mi razón/razonamiento habría de ser más importante que otro?


Si por ejemplo, a mí me pusieran a cortar caña de azúcar; si me encontrara con la sorpresa de que mi auto que no enciende, no tendría idea de qué lo haya provocado ni sabría cómo resolverlo; yo desconozco cómo agarrar un machete para cortar la caña de azúcar. Sencillamente no cuento (ni me interesa contar) con esos razonamientos. 


Quiero llegar al punto de asumir que la diversidad de razones permite la convivencia pero también la supervivencia, aún (más) en sociedades como las nuestras. 


Creer que tengo razón es también un acto de conquista. Puedo remontarme hasta el comienzo del entrecruce de saberes que trajo consigo Colón. Pero quiero ubicarlo en términos de convencimiento: tratar de convencer a alguien de algo implica vencerlo en su propia forma de pensar. Dicho de otro y mejor modo: la (mejor) razón es el producto del diálogo argumentativo. 


Cierro, hay quienes me han dicho que interrumpo sus discursos —al escribir, a veces siento que quien me lee, es un auditorio pasivo; aunque mi esfuerzo está volcado en provocar una conversación entre mis lectores, su memoria, lenguaje y mi pluma, mi voz—.


Pasa que conversar no puede ser una actividad estática. Debemos abandonar la idea de que primero habla uno y luego el otro. Necesitamos interrumpirnos (cuando es necesario) para aclarar elementos de nuestro conjunto o entramado argumentativo. 


Se discute con quien merece la pena, a quien se admira; no lo hago con necios o fanáticos (religiosos o de la ciencia), si opino (y me equivoco) es porque no tengo “la razón”. Porque soy falible, derrotable, humano. Tengo muchos errores, vicios, problemas y (pre)juicios.


Si discuto contigo no es contra ti. Me encanta discutir las ideas, no (con/a) las personas. Dejo a disposición las herramientas que conozco y de las que me valgo para contribuir a resolver conflictos. Tenga o no tenga razón. No quiero tenerla, quiero equivocarme. Es necesario para seguir aprendiendo.


cacf

@quenosoyabogado

miércoles, 23 de octubre de 2024

Derecho divertido

Hay que hacer al Derecho divertido ¿esto qué significa? ¿puede ser divertido el Derecho? ¿o un juego? ¿qué es la diversión? 

Comenzaré desde el final ¿qué es la diversión? Etimológicamente, divertir proviene  del verbo latino “divertere”, que se compone de “dis-” (que significa “separar” o “apartar”) y “vertere” (que significa “girar” o “dar la vuelta”). Literalmente, “divertere” significaba “desviarse”, “apartarse del camino”. Con el tiempo, este sentido de “desviarse” o “cambiar de dirección” adquirió la connotación de “desviarse de una preocupación seria o rutinaria hacia algo más placentero”

Por tanto, divertirse implica desviarse del camino; el camino (derecho) del Derecho. Divertirse en el contexto jurídico significa caminar por otra ruta a la tradicional. La tradición jurídica, en ese sentido, vendría a constituirse como un impedimento a la creatividad jurídica; la creatividad está íntimamente vinculada a la diversión. 


Crear requiere libertad. La libertad es sinónimo de autonomía. Y en consecuencia, hablamos de autorregulación (recurriendo al étimo); se trata de ser soberanos de nosotros mismos. 


Johan Huizinga en su obra Homo Ludens, el juego se ve como una actividad fundamentalmente ligada al desarrollo cultural y humano, donde la diversión tiene un papel esencial para fomentar la imaginación y la conexión social.


Para ser libres, necesitamos jugar. 


En atención a que somos seres del juego; seres creativos —afirmó Julia Cameron—. Por lo que hablar de diversión es hablar de juego. Jugar es divertido y es divertido jugar. 


Así que si el Derecho puede ser divertido, también puede ser un juego. El juego del Derecho no implica menospreciar el tratamiento y la atención que son seriedad debe darse a cada caso en particular que al fenómeno jurídico le corresponde; más bien hablo de un juego que se juega en serio. Como el juego de la vida.


Hacer el Derecho divertido significa abandonar la rigidez física y mental. La opresión corporal del gremio es una prisión para el propio cuerpo, para su lenguaje, su expresión y su creatividad. Augusto Boal recomienda desoprimir el cuerpo para así evitar o disminuir el analfabetismo corporal. 


En términos de mente, hacer el Derecho divertido implica permitir la libre asociación de ideas. La información, parafraseando a Harari consiste en eso, construir narrativas de unión o relación de ideas y no necesariamente del reflejo de la realidad.


Hacer el Derecho divertido significa hacer Derecho. 


cacf

@quenosoyabogado

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martes, 22 de octubre de 2024

El monopolio del Derecho

Hablar del Derecho implica (casi) inevitablemente hablar de leyes ¿Hablar de leyes significa hablar de Derecho? No necesariamente.

Durante muchos años, el lenguaje del Derecho se limitó al lenguaje de la ley. Me refiero al menos a los siglos de la ilustración y subsecuentes. Cuando la ley surgió como un mecanismo de control (o límite) al poder del gobernante. 


El contrato social, en la versión de Rousseau, significó un hito en el pensamiento político que trascendió hasta nuestras épocas. 


La voluntad del poderoso (clero y monarca) ya no bastaba para que el pueblo hiciera lo que ellos demandaran. La participación directa de la sociedad se tornaba necesaria y erigía a la democracia como la forma de gobierno más legítima de la época. 


Cabe aclarar que la democracia recién referida era distinta a aquella de la que en Grecia se habló. Pues esta última era una de las más equivocadas de conducir a la Polis. 


Fueron muchos años, muchos, en los que la ley siguió rigiendo el ejercicio del poder e incluso la propia dinámica social. Pues la ley nos decía qué hacer y qué no hacer. Cómo ser y cómo no ser. Era la ley pues, lo que la propia ley decía. Sinónimo de autoridad y poder. 


Pero eso ha cambiado. La ley ya no es lo más importante en una sociedad y tampoco lo es en un gremio como el de los abogados. Es más, me atrevo a decir que la ley ya no es la voluntad de la mayoría. Contundente afirmación. 


Seguimos, hoy por hoy, hablar de la ley es hacerlo como un efecto perfectible del fenómeno jurídico. 


En el presente contamos con herramientas de corrección normativa que no se basan en leyes/normas sino en principios/valores. Conducidos a través de conjuntos argumentativos. 


En consecuencia, la vieja idea de que al Poder Legislativo le corresponde la creación del Derecho (entendido como la ley) es derrotable e incluso ha sido ya derrotada.


En la actualidad vivimos un fenómeno conocido como judicialización del Derecho. Por lo que visualizar el sistema jurídico en su conjunto, obliga a pensar en el macro Estado y con ello a tener en cuenta el Bloque de Constitucionalidad. Pues la propia Constitución de un solo Estado (como México) ya no es la norma suprema. 


En consecuencia, el monopolio del Derecho ya no lo posee el Legislativo y ni siquiera el Judicial; en exclusiva. Sino que atienden a una serie de discursos y narrativas propias de los Poderes Sociales que se manifiestan como organizaciones internacionales, religiones, plataformas digitales e incluso líderes de opinión.


Así es, el Poder, hoy son Poderes. Retomando a Hobbes a través de John Gray, hoy contamos con nuevos leviatanes. Hoy hemos vuelto a un Estado de Naturaleza, más feroz y más salvaje. 


cacf

@quenosoyabogado 

lunes, 21 de octubre de 2024

Estoy de regreso

Tiene ya varias semanas que no regreso a escribir aquí, a mi lugar, a mi espacio, a mi blog. 


Curiosamente, el ejercicio de escritura que tanto valoro —en el sentido de estar sentado o caminando, pero escribiendo casi siempre a solas—, se ha vuelto cada vez más difícil o complicado de llevar a cabo.


Y no por falta de interés o de atención, sino de organización, de organización de tiempo…


Esta ocasión, por ejemplo, no estoy escribiendo directamente este texto, sino que se lo estoy dictando por voz a mi celular (porque también quiero explorar esa posibilidad de escribir —o no escribir—).


No pienso extenderme mucho, quiero hacer este ejercicio, de manera un tanto más breve, aunque sí, expresando un compromiso:


Un compromiso contigo que me lees, pero también conmigo, porque es aquí donde todo comenzó.


Aquí empecé a expresar mis ideas de manera libre, autónoma, sin ningún tipo de criterio editorial.


En estos momentos me encuentro publicando para “La Silla Rota” un medio de comunicación local. Estoy a la espera del dictamen de otro medio más; y ya me he contactado con dos periódicos de mi Estado para poder publicar y de uno de ellos ya tengo el visto bueno…


Pero no por eso dejaré de escribir en este espacio, que repito, es mío.


Muchas gracias por la espera y también muchas gracias por el tiempo. 


Sobretodo muchas gracias por seguir leyéndome, les mando un abrazo y nos leemos mañana.


cacf

@quenosoyabogado

La fila de Costco

Hace unos días fui comprar una pizza a Costco. Me resultaron muy interesantes las filas que las personas hacían en la fuente de sodas, parti...